La Libertad guiando al pueblo, fotocópia fotográfica de Alonso Gil, nos presenta a una hermosa mujer de encanto robusto enarbolando la bandera republicana al frente de un grupo de milicianos armados. En su estudio de la Casa Quemá de la calle Pureza, en el otoño del 99, Loncho creó esta obra a partir del detalle de una de las fotografías de la Columna Durruti de los archivos de Abel Paz. En ella aparece un automóvil pertrechado como una carroza desfilando con reproducciones del cuadro La Libertad guiando al pueblo y pintadas de la CNT, festejado por los milicianos a modo de exposición móvil por las calles de Barcelona. La Libertad mira hacia el pueblo que la sigue, un pueblo en armas capaz de arriesgar su vida en pos de la libertad y la victoria.
Acercarse al detalle de la fotografía es como acercarse al mismo tiempo a la memoria histórica, al emblema, para rehacerlo y resituarlo como un cuadro propio. Al ampliar y pintar con la emulsión de plata, la superficie se convierte en pictórica, la pintura misma emerge al patrón de la trama y viceversa, sacándonos de la jungla histórica. Me acerco a esa imagen diminuta, cambio su escala, la resucito y la hago nuestra de nuevo. Como apunta Quico Rivas, el trabajo del artista es, entre otras cosas, una demostración práctica de que es posible ser libre en una sociedad esclava que consume encantada los productos nacidos del calor de una libertad cuya naturaleza, por otra parte, niega.
Es en una refrescante escapada a México a finales del mismo año cuando sus hibridaciones entre fotografía y pintura producen los más ricos frutos. Loncho empieza a experimentar con los santitos, abordando las posibilidades alegóricas de un discurso libertario a través de las cualidades mágicas de la la fotografía, aquellas relacionadas con la alquimia, centradas en la aparición y desaparición de las imágenes que, a veces, sin baño de fijador, evolucionan por sí mismas, mutando y fluctuando con el entorno, como una cascada, siempre en el mismo lugar pero continuamente fluyendo.
El políptico mexicano de cuatro cuadros que hay en Sala de eStar goza de una iconografía extraída de la publicidad mercenaria de prospectos de bancos, de supermercados y de todo el gran almacén de la cultura urbana. Fríamente y sin sentimiento (solamente el que pueda provenir del trazo) las fotos han sido desmontadas e indiferentemente cortadas sin forma ni medida, como si el tratamiento del artista estuviera completamente desconectado de las fotos mismas. El hecho de pintarlas cambia el sentido de lo que muestran, desde el cinismo que emana una foto de boda de la anodina pareja de yuppies en la que el perro aparece empalmado, hasta el Vampiro colonial, una imagen pasada por el tinte de las pinturas de la conquista, las de aquellos pintores que trabajaban para el poder y que en el siglo XVII viajaban becados a Oaxaca.Mientras ellos ornamentaban con abundante oro, sus asistentes indígenas hacían aflorar rasgos de sus etnias en representaciones religiosas coloniales. Así, Loncho muestra al vampiro gigante como la encarnación del demonio tan querido en estampas y exvotos mexicanos. La habitación del Papa, nos permite visitar los aposentos preparados en un hospital cercano al Vaticano para cuando al pontífice se acerque su última hora. Loncho extrae las momias de los antros de la superstición para recordarnosque muertos los que algunos pretendían ídolos o héroes, uno puede ser un poco más libre. Muerto el mito comienza a vivir uno, muerto uno pervive la idea. El conjunto se completa con el Príncipe maltratado que retrata a Maquiavelo, el gran teórico de la guerra y la ambición que creó una doctrina política a partir de lo que observaba. Alonso le pinta los ojos flacheados en rojo a la fotografía de una pintura, y juega perversamente a contagiarle el sarampión y lacerarla con salpicaduras de barniz. Maltratando al príncipe de la política en un ejercicio de magia simpática manipula las imágenes y los símbolos para infuir en lo que representan, como hacen los chamanes mazatecos en sus rituales curativos y de éxtasis.
Fue también en tierras chilangas donde le llamó la atención la idea de imaginar la cara que oculta el pasamontañas de Sebastián Guillén, más conocido como subcomandante Marcos, en todas esas fotos en estampas y camisetas que empapelan el Zócalo capitalino. Usando sus argucias fotográficas, pintando las fotos, inventando la cara -a modo de foto pericial en este caso-, ha reproducido el resultado en esta exposición, no porque quiera descubrir su identidad sino por la inquietud adivinatoria que produce inventar el rostro oculto. ¿Puede ser mirado quien sólo mirada es?(…)¿Si no soñamos es que soñamos que no soñamos?(…)¿De la tierra somos color o somos tierra del mar que es color de la tierra? (el de los indígenas) (Marcos).
Los orígenes del Galgo Afgano son tan antiguos que incluso forman parte de la leyenda (que lo relaciona con el Arca de Noé), y así lo demuestran los bajorrelieves del siglo VI a.C. en los que aparece. En aquel tiempo su nombre era Tazi, según inscripciones halladas en las cavernas situadas al noroeste de Afganistán. Son los colores de esta orografía desértica los que determinan el color del camuflaje militar afgano, verdes, ocres, amarillos, azules, los mismos que Alonso ha utilizado en el cuadro. Junto a Walid Sadek, una de las resoluciones más inmediatas de Alonso en esta guerra ha sido la de sobrevivir a Osama Bin Laden. Su autorretrato fluorescente con la pose carismática del terrorista alude a la posición individual frente al discurso militarista que alimentan los medios de masas. Adueñándose de imágenes que no le pertenecen, el artista desestabiliza unos símbolos que irradian permanencia, llevan de la vigilia al sueño, encéndiendolos y apagándolos, abismándolos y haciéndonos así entrar y salir de la experiencia cultural en un parpadeo interminable.
Sepa el lector disculpar este rápido recorrido, mas sólo puedo dar algunos trazos y pinceladas generales de lo que significa el arte de mi amigo, pero no quiero acabar sin hacer mención a un cuadro en que los duendes le salen por los poros; el retrato de Silvio, pintado como una brasa. Es un homenaje al maestro que nos ha dejado. Naranjas, grises, verdes, amarillos y los colores del fuego vegetal, encendidos y dando calor, como fuegos y canciones que no se han extinguido, de artistas tan queridos como Ray Charles, Carosone, Elvis o Adriano Celentano. No, no han cambiado -dice el rockero- porque son canciones que tienen mucho tiempo y siguen vivas. Son canciones que han estado siempre ahí y son inmortales y por eso tienen valor. Nosotros lo único que hacemos es darles color.