En un puesto de fruta ubicado en un área de servicio de la autovía Sevilla-Cádiz en la que diariamente paran numerosos autobuses de viajeros, Sebastián, el frutero, encarna la figura del pícaro vendedor que recurre a todo tipo de artimañas para la venta. Al tiempo que trabaja, canta unos fandangos que reflexionan sobre las postrimerías y la vida.