Agustín García Calvo / Isabel Escudero

Loreto Casado
2020

Razones y canciones

Avatares de la vida me llevaron, incorporada como docente en la Universidad Pablo de Olavide, a presentar una conferencia de Agustín García Calvo. Y tengo que decir que fue ésta una de las experiencias más gratificantes de mi vida profesional. Recuerdo cómo le introduje entonces. «¿Quién me iba a decir a mí, cuando asistía a las tertulias de filosofía en el café «La Boule d’Or» de París en los años setenta, que un día tendría la ocasión de coincidir con él muchos años después y cederle la palabra?» Desde esa situación puedo recordar cómo, cuando se abrió el debate, pronunciada su conferencia, Isabel Escudero en primera fila del público pedía tomar la palabra; yo le oía decir por lo bajo «¡Ay madre!» (sobreentiendo: a ver qué va a decir). Me pareció un gesto tan espontáneo, tan cercano, sólo dicho para sí mismo, tan definitorio de su personalidad, a la que yo tenía la oportunidad de tener acceso, que lo contaba a los amigos como experiencia tan elocuente como el contenido de la propia conferencia.

En ese encuentro en la Olavide, como en el que tuvo lugar en la Universidad de Sevilla (Fábrica de Tabacos), asistimos al recorrido de la personalidad del filósofo, lingüista y poeta, en la historia convulsa del franquismo a la transición y democracia, del exilio a la recuperación de su cátedra, en ejercicio paralelo a su actividad poética, a la práctica de su mentalidad anarquista.

Más tarde, volví a rememorar aquella coincidencia en El recital en La Carbonería, más allá de la institución universitaria. Y hoy, a través del video de Loncho he reconocido la presencia, la afirmación tan propia de Agustín, ya en esos primeros planos que acercan la mirada y la lengua y que escudriñan el «a ver qué pasa” que solicitan los oyentes. Los primeros planos de Isabel y su hoyuelo simpático que dice y equilibra con la sonrisa, esa inquietud que también reflejan los versos de Agustín: el desvelo en la noche, el viento arrastrando los pies: «¿Qué pasa, madre?”. La dulzura de una madre que hace ganchillo, responde Isabel, con toda la expresión de su rostro, de su imagen.

Avatares de la vida también hicieron que yo asistiera a dicho recital sin conocer a Loncho, del que sabía por una parte a través de amigos comunes y compañeros de ruta como Quico Rivas y José Luis Gallero, todos partícipes del proyecto cultural de Ardora ediciones, y por otra por medio de mi hermana Pipa, gran conocedora del flamenco y sensible a su profundidad poética. A Quico y a Pipa hemos tenido que despedirles con gran dolor, como despedimos a Isabel y a Agustín. Este recital plasma asimismo un recuerdo y una continuidad de simpatía entre ellos a la que se añade el reconocimiento y homenaje a personalidades decisivas en el panorama cultural del país.

Se matiza en esta grabación lo que definió a Agustín hasta el final de la vida, y ello, junto a Isabel Escudero: el tesoro de la poesía.

Hablan los dos de una poesía liberada de la literatura, otra cosa diferente al ejercicio de la versificación, al oficio de lo sublime y la abstracción. Razones y canciones. Lógica y poesía. La poesía no es difícil. La poesía no es lo inefable hecho palabra, sino todo lo contrario: lo que dice el lenguaje en boca de la gente corriente. Prefiere decir Isabel la gente corriente, en lugar de «pueblo», tan tergiversado como está esta denominación que en lugar de unir, separa: los pueblos, las identidades… La poesía de la que hablan Agustín e Isabel, es la que está al alcance de todos; porque no habla de autores ni de artistas; habla de lo que siempre es y siempre ha sido. No la escribe nadie en particular: retoma los materiales de aquellas expresiones que nos acompañaron desde la infancia no solo biográfica, sino de la infancia del mundo.

La forma breve se presta mejor que ninguna a dicha transmisión sensible. En este caso la copla. Pues dice, y lo que dice se queda en la memoria en unas cuantas palabras. Y se oye. Es voz, es sonido, es ritmo.

Por haber tenido la oportunidad de trabajar concreciones como las «mirlitonadas» de Samuel Beckett, o los «papeles pegados» de otro escritor como él, aunque sin saltar a la fama, George Perros, puedo decir que dichas coplas son «pensamientos pájaro», «cantos rodados» que arrastran, desgarran, chirrían, arrancan redes o sonríen en el aire, tal como responden las cosas… Es Agustín y sus «ristras de canciones», su maravillosa «erre que erre». Es Isabel y sus «bergamínimas»: «más muerta que viva, una soy de la mayoría», enhebrando coplas con la voz alegre y sencilla, graciosa y agradecida, como puede ser la de una simple silla, la de un conjunto de sillas que reunieron y alegraron a unos cuantos amigos que recordarán este recital, que nos llega hoy a través de esta película, con el cariño y la simpatía que nos proporcionaron los dos, aquella tarde de primavera.

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