Hay días en los que duelen las pisadas del tiempo, días en los que el mar parece la lágrima de un dios melancólico, el desierto una cicatriz en las costillas de la tierra, y el sol una lluvia de brasas. Días en los que la esperanza se cruza de brazos. Pero hay días en los que el tiempo es sólo una sonrisa que vuela, días en los que se me antoja diluir en una paleta todos los colores del arco iris, pintar el mundo sin eje y con varios polos y jugar a los dados con las esquinas cardinales
Luali Lesha
Brahim Bueta Yarma, un saharaui de edad, nos sonríe divertido en una foto mientras muestra a la cámara su carnet de identidad español. La obra pertenece a la serie Los Abandonados, de mi amigo Alonso Gil, un trabajo que es fruto de la convivencia del artista con el pueblo saharaui. Igual que el borroso carnet de identidad, estos cuadros fotográficos con la emulsión raspada, manchada y arrastrada son documentos del abandono que sufre el pueblo saharaui por parte del mundo. Documentos que incitan a la crítica y a la reflexión sobre la vida cotidiana de un pueblo, perdido desde hace treinta y cuatro años en un limbo político y atrapado cada día en una pesadilla de la que no puede despertar.
Como explica Alonso, «el conflicto del Sahara es el peor ejemplo de descolonización que se haya visto jamás» (ABC de Sevilla, 3-5-09). De hecho, el Sahara Occidental es el único país del mundo que aún no ha sido descolonizado. En 1975, en plena agonía de Franco, las autoridades españolas firmaron en secreto la entrega de la provincia a Marruecos y Mauritania, apuñalando por la espalda a quienes habían sido nuestros compatriotas y abandonándolos indefensos a las fauces del león que los ha devorado.
Con la vergonzosa retirada de España, Marruecos inició una ocupación militar del Sahara siniestramente bautizada como la «Marcha Verde». Los saharauis fueron expulsados de sus casas y su tierra y perseguidos a sangre y fuego por la aviación francesa y marroquí en el éxodo que los llevó a refugiarse en el suroeste de Argelia. Sin posibilidad de ocultarse en el desierto, hombres, mujeres, ancianos y niños fueron bombardeados sin piedad.
Con la firma de un alto el fuego después de dieciocho años de guerra entre el Frente Polisario y Marruecos, el país quedó partido en dos por una dolorosa herida que atraviesa diagonalmente el territorio. El llamado Muro de la vergüenza es una fortificación terrestre de 2700 km. alambrada, electrificada y sembrada con diez millones de minas: el mayor campo de minas continuo del mundo, que sigue causando accidentes. Más de cien mil soldados marroquíes vigilan la trinchera con un acuartelamiento cada cinco kilómetros, pretendiendo asegurar que el Sahara ocupado siga en manos de Marruecos.
La parte del Sahara que da al Atlántico es una tierra muy rica, ya que su subsuelo contiene abundante agua y petróleo. Sus minas de fosfatos y el banco pesquero más productivo del mundo siguen siendo explotados ilegalmente por la potencia invasora, que concede permisos para la exploración y explotación de hidrocarburos. En los territorios ocupados Marruecos mantiene un estado policial donde los derechos humanos son continuamente pisoteados y donde la vigilancia, el hostigamiento, la represión, las desapariciones y las torturas infligidas a la población saharaui están a la orden del día.
Al otro lado del muro una nación fundada en el exilio sobrevive en los campamentos de refugiados, con doscientas mil almas plantadas en el desierto más inhóspito del mundo, subsistiendo con la escasa ayuda internacional, a la espera que de una solución que no llega. Las negociaciones entre Marruecos y el Polisario están estancadas y el mandato de Naciones Unidas por el referéndum de independencia (MINURSO) ha sido prolongado sólo un año más, con el veto de Francia a la vigilancia de los Derechos Humanos por parte de la ONU. El plan de autonomía para el Sahara que promueve el reino alauita «con el apoyo de España- pretende dar carpetazo a una ocupación ilegal de la que el gobierno de Marruecos es culpable y el estado español responsable.
Este es, a grandes rasgos, el escenario de pesadilla en el que nuestros amigos saharauis se despiertan cada día. Un presente sin pasado ni futuro que pone al tiempo contra la pared. Un escenario silenciado por los medios de comunicación que también significa un abandono informativo y un muro de silencio. Tanto Alonso como yo y otros artistas españoles, argelinos, peruanos y mexicanos hemos tenido la oportunidad de convivir con el pueblo y los artistas saharauis en los Encuentros Internacionales de Arte Artifariti 08, en una experiencia única que nos ha transformado y abierto los ojos al conflicto del Sahara, dándonos también una nueva perspectiva, como personas y como artistas, de nuestra propia realidad.
Como ciudadanos, esta experiencia nos ha hecho compartir la preocupación por la capacidad de nuestro país (y de Europa, o, de manera más general Occidente) de dar la espalda a su pasado colonial como si fuera parte de un lejano pasado, que ya hubiera sido trascendido y no una herencia sustantiva que forma parte de su presente y de sus proyectos de futuro. Como artistas, también nos ha hecho avivar la capacidad de reflexionar y cuestionar por medio de procesos estéticos las contradicciones en las que vivimos. El trabajo que ahora presenta Alonso en Madrid funciona como altavoz de la causa saharaui para que todos sepan lo que está pasando, al tiempo que recupera para el arte su carácter de herramienta en favor de la justicia.
Imagino que el desprevenido visitante de la galería que se encuentra con estos retratos se verá contagiado por el aparente «exotismo» de las imágenes. De hecho, hay que pensar que el pueblo saharaui es uno de los pueblos más fotografiados del mundo. La proverbial iconografía de la austera vida cotidiana, la belleza del paisaje del desierto con sus camellos y sus jaimas, la ceremonia del te y los hermosos rostros de este pueblo mestizo ya casi se han convertido en un lugar común de nuestro imaginario. Sorprendentemente, un proyecto belga que entregó centenares de cámaras reutilizables a la población saharaui con idea de que fotografiaran lo que quisieran, produjo un repertorio de imágenes muy parecido.
Alonso aborda la representación de la alteridad sin ningún tipo de complejos. Su trabajo visual es fruto de la convivencia y la hermandad con artistas y amigos saharauis. Moulud, Nicole, Brahim, Zena, Makaltu, Mohamed, Aminetu, Cherihan y toda la gente que sale en sus fotos son amigos con los que ha entablado una profunda amistad y un intercambio que es fuente de baraka y valor espiritual. Ese «otro» del que acomplejadamente habla la crítica cultural, somos también nosotros: una gran familia y una sola sangre. Como dice Hakim Bey, valorar la diferencia cultural no significa preservarla encerrándola en un bote, sino más bien ir a su encuentro, abrazarla y producir así más diferencias.
El punto de vista de Alonso escapa de los lugares comunes cuando coloca su objetivo a contraluz del sol cegador del desierto. Estas fotografías transformadas y distorsionadas recuperan la magia de la técnica en el alto contraste del sol del mediodía y la sombra protectora de la talja o de la jaima. En esa alquimia de rayaduras, salpicaduras y chorreones se desvela la misma condición del abandono. Alonso pinta las zonas de luz y sombra de unas vidas que no pueden escapar del conflicto, y que son ejemplo de una resistencia y generosidad que quizás nosotros hayamos olvidado.
Algunos historiadores del arte han señalado cómo la técnica fotográfica del siglo XIX es producto de la construcción que la pintura ha hecho de la mirada desde el Renacimiento. En la actualidad, pintura y fotografía se funden de nuevo en el universo polimorfo de la imagen digital, donde cualquier representación es posible. Alonso empezó a experimentar a finales de los ochenta con el líquido de revelado fotográfico Liquid Light, utilizándolo profusamente en sus lienzos con sorprendentes metamorfosis de fotografía y pintura.
En su laboratorio de alquimista en Triana, Alonso me explica que la emulsión Liquid Light se fabrica con bromuro de plata, un compuesto sensible a la luz. Cuando la luz incide sobre el compuesto, la plata y el bromuro se disocian. De este modo las zonas iluminadas por la proyección del negativo se contrastan del fondo tornándose oscuras o negras con el proceso químico del revelado. Alonso imagina cómo este compuesto químico podría transmutarse en el azogue con que se fabrican los espejos. Observo en silencio la imagen de un niño saharaui que duerme y empiezo a ver estos cuadros como verdaderos espejismos que podemos atravesar y que nos devuelven la imagen deformada de nuestra propia realidad.
Mientras seguimos viendo cuadros, Alonso ha puesto el disco de Moakara, el grupo flamenco-saharaui y electropical de nuestra amiga Pililli Narbona, que también nos ha acompañado al Sahara, contagiándose, como nosotros, de la magia de la generosidad de esta gente: «saharauiii libertariooo, te mereces tus costas y tus fosfatos / seguiremos apoyando pa que el mundo sepa lo que esta pasaaando» Con Pililli hemos iniciado nuestra particular intifada cultural a través de la música y el vídeo, el diseño de carteles y camisetas en todo tipo de saraos y acciones solidarias por Sevilla. La voz alegre de mi amiga me pone siempre a bailar: «seeeguiremos luchando, con el boli y el pincel».
Recuerdo que en la misma época en que Alonso empezó a utilizar la emulsión fotográfica se dedicaba también a pintar su ropa en los ratos libres. En la actualidad ha recuperado esta afición con una perspectiva enteramente nueva en el proyecto que está desarrollando. ¡A pintarropa! es un taller de estampación serigráfica y pintura fosforescente sobre prendas de vestir, realizado en colaboración con la población saharaui y los asistentes al festival Artifariti. Se trata de usar la ropa cotidiana: darraas, turbantes, melfas, camisetas, pantalones y ropa militar, como un soporte de expresión artística donde plasmar los deseos a través de mensajes, siglas, y consignas: RASD, Sahara libre? no más mártires? hasta cuándo la paz?
Alonso ha reciclado los uniformes militares polisarios estampando diseños de lunas, estrellas, dunas y camellos y decorando los camuflajes verdes y caquis con coloridos símbolos de paz como flores y palomas que brotan de los fusiles. La chocante recombinación simbólica de estos uniformes militares pacifistas ha provocado más de una mirada de asombro entre algunos jóvenes saharauis en nuestra reciente participación en el Sahara Bike Race, el evento deportivo de protesta que recorre durante una semana el Muro de la vergüenza
Gran cantidad de la población joven de los campamentos se siente profundamente desalentada con el proceso de paz que dura ya dieciocho años y están desesperados por ver una salida, llegando a reivindicar la vuelta a las armas. Incluso el presidente de la RASD Mohamed Abdelaziz ha declarado recientemente que la carta de la guerra está sobre la mesa. Un trágico ejemplo de la desesperación que se está viviendo lo pudimos observar el pasado 10 de abril frente al Muro de la vergüenza, cerca de Tinduf.
El Sahara Bike Race culminaba con nuestra participación en una multitudinaria manifestación pacífica organizada por la Columna de los Mil frente al muro de Marruecos. Unas 2.500 personas, que incluían a manifestantes procedentes de España, Francia y Portugal al igual que a saharauis y polisarios desarmados y de paisano, se concentraron a un kilómetro de la trinchera y avanzaron formando un muro humano de paz frente a la fortificación militar del régimen feudal alauita. A pesar de los avisos del Polisario, un grupo de jóvenes saltó el cordón de seguridad y avanzaron hacia el muro arrancando los postes y alambradas que están a 150 ms. de la trinchera, entrando en el campo de minas y tirando piedras a los soldados marroquíes que respondían enseñando sus fusiles.
Brahim Husein Labeid, de dieciseis años, pisó una mina que le reventó el pie y otros cuatro jóvenes sufrieron heridas de consideración, siendo evacuados por miembros de la ONG Landmine Action al hospital de Tinduf. La gente se dispersó conmocionada y algunos lloraban mientras volvían dirigiendo sus pasos sobre las huellas de los camiones que se retiraban ¿Hasta cuando hay que esperar que los medios sólo reflejen la dramática situación humanitaria del Sahara cuando ocurre una desgracia como ésta? ¿Hasta cuándo el silencio? ¿Hasta cuándo el genocidio?
En su alocución de despedida, el Comandante de la Región Militar de Tifariti, Brahim Ahmed Mahamud, nos habló de la importancia que, desde la firma del alto el fuego, el Frente Polisario está dando a la promoción de la educación y la cultura, como medios de lucha legales por la independencia y por la construcción de un país libre. Me estoy dando cuenta de la gran tarea que como artistas y trabajadores de la cultura tenemos por delante. Alonso pone una vez más el disco de Pililli: «seeeguiremos luchando con el boli y el pincel»… Mientras miro el retrato rayado, chorreado y salpicado del querido artista Mohamed Moulud Yeslem, sus palabras resuenan como un grito en mi cabeza: «Estoy aquí para aprender de otros artistas que quizás sepan más que yo. El arte es nuestra herramienta, nuestro arma. Con el arte uno puede alcanzar mucho más lejos que un obús o que un misil. Estoy aquí con mis cuadros, para aprender a usar este arma».